En muchas civilizaciones antiguas, el cuerpo era el mejor escaparate posible para mostrar las hazañas y el estatus social de una persona. La intervención sobre la piel -ya sea mediante el tatuaje, la perforación o la laceración- servía para expresar el lugar que ocupaba uno mismo dentro su comunidad. Cada cultura, en cada periodo de la historia, ha otorgado un significado diferente a la modificación corporal. A su vez, estos significados primigenios han ido evolucionando al introducirse en las sociedades occidentales contemporáneas.

 

Para hablar de la historia específica del piercing, es necesario remontarse al año 4000 a.C. y viajar mentalmente a las Islas Aleutianas, un archipiélago de islas volcánicas que se extiende actualmente desde el sudoeste de Alaska, en Estados Unidos, hasta la península rusa de Kamchatka. Las tribus esquimales que poblaban este territorio utilizaban piercings en los labios para representar las etapas de transición más importantes de sus vidas: el paso a la pubertad, el matrimonio y el inicio de una vida como cazador. Como veremos, esta relación simbólica de las perforaciones corporales como ritos de iniciación a fases vitales se repite en muchas otras civilizaciones.

 

Los antiguos egipcios fueron también de los primeros en incluir los piercings dentro de su sofisticada estética. Los ornamentos anclados al ombligo, por ejemplo, eran de uso exclusivo de la realeza. De hecho, los faraones los utilizaban como símbolo de poder.

 

Si avanzamos un poco más en la historia y nos detenemos alrededor del año 2000 a.C., vemos que la costumbre de adornarse el cuerpo con aretes y piercings también aparece registrada en los libros de la antigua China. Durante la dinastía Xia y en la Shang, a las jóvenes de entre 12 y 13 años que contraían matrimonio se les incrustaban agujas de oro en las orejas.

 

Se considera que los aztecas y los mayas -pueblos cuyo origen suele datarse en torno al año 900 a.C.- fueron los primeros a los que se les ocurrió la idea de perforarse la lengua con joyas; era una señal de nobleza. También adornaban sus bocas colocando piedras preciosas en pequeñas cavidades que se realizaban en el esmalte dental.

 

Durante la época del Imperio Romano, los piercings eran de uso común y servían para diferenciar la posición social. Los centuriones con más poder y los gladiadores más valientes se anillaban los pezones como símbolo de valor. Se extendió también la creencia de que las argollas de oro y otros metales preciosos en el pezón aumentaban la virilidad. Además, los piercings tenían una utilidad mucho más práctica: sujetar la clámide, una especie de capa corta que los soldados vestían en las batallas.

 

Si hay una cultura que a día de hoy se sigue asociando ampliamente con el arte del piercing es sin duda la hinduista. En el popular libro indio del amor, el “Kama-sutra” (escrito entre el siglo I y el VI d.C.) se hace alusión al apadravya, una modalidad de perforación que atravesaba de forma vertical el glande con el objetivo de avivar el placer masculino y femenino.

 

Se cree que la popularización de los piercings en la nariz -uno de los más extendidos hoy en día en todo el planeta- llegó en los siglos XIV y XVI en el Imperio Mogol, que abarcaba territorios correspondientes actualmente con la India, Pakistán y Bangladés. Al parecer, sus ciudadanos utilizaban argollas con joyas en la lengua y el tabique nasal como mero ornamento.

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